Advierte el escritor Yuval Noah Harari de que el gran problema presente no es el virus, sino los “demonios interiores de la humanidad”. Y entre otros se refiere al virus nacionalista-populista-fascista.
Sí que el nacionalismo nos infectó hace ya tiempo. A muchos nos cogió a temprana edad y algunos nos curamos, pero una gran mayoría permitió que entrara a formar parte de su ADN intelectual. Otros lo inocularon voluntariamente y a otros, menos escrupulosos, les entró por la nariz y les gustó el olor. El olor a ideología predominante. ¿Quién necesita llevar la contraria cuando queda claro que la vida es más fácil con quienes le hacen ver que pertenecer a un grupo especial, superior, le evitará el problema de buscar trabajo, comerá habitualmente bien y será respetado, con opciones a algún puesto interesante con mando?
Si millones de alemanes apoyaron a Hitler ¿cómo nos va a extrañar, reduciendo la escala, que centenares de miles se dejen llevar por algo tan atractivo como es la idea de una cultura milenaria única puesta al día?
Aquellos alemanes no eran marcianos indocumentados, adictos a alguna droga o borrachos. Ni por supuesto, monstruos. Eran gente normal que se creyó una historia seductora. Una fantasía, diría yo. Una fantasía del mismo espectro que la que seduce a miles de nuestros conciudadanos y que, por miedo o conveniencia, también ha sido respetada, si no asimilada, incluso por no adeptos a la causa nacionalista.
Tras el abandono de las campañas terroristas, el mundo abertzale, junto con el nacionalismo “pacífico”, han estado poniendo el “termómetro” a la sociedad española y a la vasca en particular para conocer el grado de incomodidad que le iban produciendo sus, en principio, alocadas pretensiones: si no hay protestas subiremos un escalón más. Pues efectivamente, ningún escrache, ninguna sentada, ni una sola pancarta reprochando la salida antes de tiempo de un preso por asesinato ni amago de reventar el homenaje “popular” a un militante sanguinario, ninguna contramanifestación a una de las suyas pidiendo el acercamiento de los presos, nada de gritos frente al Ministerio por las sospechosas excarcelaciones de etarras. Cero protestas. Vuelta al silencio. De ahí, a la vía libre no solo para propagar el discurso de lo justo de su lucha, sino para reivindicar su condición de víctimas, tanto o más que las que ellos ejecutaron. Y forzando un poco más las cosas, obtener, ¿por qué no?, la bula de no ser molestados en ningún medio público con cuestiones relativas a su pasado: ETA ya no existe.
Lo que no existen son límites que no se puedan sobrepasar cuando no hay impedimentos por ningún lado. Su ambición desmedida por hacernos renegar de nuestra propia memoria obtiene gran parte de su éxito con la ayuda de los medios de comunicación públicos, con una extraña indiferencia general. ¿Respeto, miedo? ¿Por la paz un Ave María? Mirar hacia adelante. Progresar. Euskadi en marcha.
El pasado, su pasado, no existe como algo luctuoso, agresivo, desestabilizador, disruptivo, que fue lo que vimos tantos españoles con nuestros propios ojos, no. El pasado es únicamente aludido para rememorar la afrenta permanente al Pueblo Vasco, cuya revancha aún no se ha terminado de cobrar. Todo esto ha contribuido a consolidar lo que Antonio Elorza denomina “totalismo”: una hegemonía política, social y cultural del nacionalismo ampliamente asumida en la sociedad española en general y en la vasca en particular.
Cuando se nos habla de normalidad y convivencia o de la convivencia normalizada, en realidad se nos está diciendo que nos traguemos un portaaviones, que se proscriba entre otras la palabra “pasado”, cuando se trata de “su pasado”, que nada de aquello existió y que asumamos que todos los que fueron detenidos y encarcelados acusados de crímenes terribles, lo fueron injustamente.
Ni en la peor pesadilla de los que nos enfrentamos al terrorismo en los peores y más peligrosos años podía caber la hipótesis de un presente como el que nos toca vivir. Resucitar la conciencia cívica fue difícil entonces, ahora podría pensarse que lo es menos, pero en cualquier caso es tan necesaria, tan indispensable para la sana convivencia de esta sociedad, para luchar contra esos “demonios internos” que nos corroen, como encontrar la vacuna contra el mortal virus que nos acorrala.
Iñaki Arteta Orbea
29 de octubre de 2020